Yerba Buena puede ser una ciudad en la que vivir sea un placer. Dormir, pasear, trabajar o crecer en esta ciudad es posible. Puede ser sustentable, creativa, moderna y respetuosa de su historia, divertida y respetable. Sí se puede.
Es sabido que por las características geográficas Yerba Buena difícilmente tendrá industrias, y al actual ritmo de crecimiento pronto dejará de tener producción agrícola. Es en el turismo en articulación con la cultura, el entretenimiento y el deporte que la ciudad empiece a ser sustentable.
Las riquezas naturales deben ser protegidas y custodiadas, no sólo por responsabilidad con el futuro de la humanidad. Las reservas naturales existentes, y las que debería crear el municipio (mediante convenios con la UNT y la Provincia) son más que potenciales fuentes de recursos para el municipio y una fuente de trabajo para los vecinos de la ciudad.
Es necesario trabajar seriamente en una política de turismo que contemple la instalación de hoteles, centros de convenciones, salas culturales, restaurantes y pubs. Para ello es necesario reformular la legislación municipal y ordenarla en un solo sentido. Por supuesto que esta normativa deberá adecuarse al respeto por el medio ambiente y al patrimonio histórico de la ciudad, siempre alentando la inversión con pautas claras en cuanto a habilitación de locales, los controles sanitarios y técnicos, y a una regulación fiscal no abusiva. La apertura de locales de difusión o producción cultural y artística tendría que contar además con un decidido impulso basado en los elementos mencionados.
El deporte, de recreación o profesional en sus distintas disciplinas, necesita la decidida participación del Estado municipal en su desarrollo y fomento. No se trata sólo de aportar subsidios o sueldos (en contados casos), sino de establecer una política sostenida y sustentable, que genere circulación de personas (mediante torneos, competencias y el establecimiento de centros deportivos accesibles para todos y al alcance de cualquier vecino).
Es impensable hoy proponer que se detenga el crecimiento de la ciudad. Pero sin dudas deben establecerse límites, y exigir su cumplimiento. Permitir la desforestación del piedemonte es someter a las futuras pero no lejanas generaciones de yerbabuenenses a padecer las peores situaciones. Demoler o tapar con edificios los viejos cascos que caracterizan la ciudad es dejarla sin su patrimonio y atractivo urbanístico e histórico. No es mucho lo que queda en pie, pero hay que cuidarlo.
La obra pública, que en la última gestión tuvo un importante impulso, debe orientarse a cubrir primero las necesidades reales de los vecinos. Evitar el colapso de los servicios públicos y organizar la obra pública en general tiene que ser una prioridad.
Sería aconsejable establecer un mecanismo fiscal que permita orientar a los empleadores a tomar personal residente en Yerba Buena.